Un día como hoy hace un año caminaba desde tempranas horas de la mañana con la meta de completar 71 millas caminadas hasta la ciudad de Santiago de Compostela en España. Después de un año de planificación finalmente llegaba a completar mi peregrinaje. Recuerdo claramente haber comenzado a caminar desde Picaraña a las 7:30 de la mañana. Cruzamos una de las carreteras principales de esa área, con el sol haciendo presencia delante de nosotras.
Nuestra meta era llegar a Santiago antes de las misa del peregrino a las 12:00 del mediodía. El camino se hacia largo y comenzaba a dudar si llegaríamos a tiempo para la misa. Al llegar a la gran ciudad y haber estado acostumbradas a caminar por paisajes verdes con olor a eucalipto, perdimos la noción del tiempo. Al no ver las flechas amarillas que indicaban el camino, decidí preguntarle a una señora bien vestida si sabía cómo llegar hasta la Catedral. La señora muy dispuesta y enviada desde el cielo, nos indicó que la siguieramos. Entre el gentío podíamos ver su mano moviéndose hacia la dirección donde debíamos ir. En cierto momento se detuvo y nos esperó para decirnos que si continúabamos caminando por ese callejón nos encontraríamos la Catedral de frente.
Gracias a nuestra ayuda celestial llegamos a Praza das Praterías justo frente a la Catedral. Nos tomó un momento caer en cuenta que nuestro camino había terminado y que habíamos llegado justo a tiempo para la misa. Al entrar a la Catedral no cabía la gente. Nos tuvimos que sentar en el suelo junto a decenas de otras personas. Las emociones las tenía a flor de piel. Sólo con mirar a mi alrededor y ver caras familiares que estuvieron caminando con nosotras durante el transcurso de nuestra odisea me llenaban los ojos de lágrimas de alegría.
La experiencia de estar participando de la misa junto a cientos de otros peregrinos que llegaron de diferentes rutas fue algo inolvidable. Es una memoria que llevaré conmigo para siempre y me alegra saber que lo pude compartir con una gran amiga y que hay cientas de fotos para recordarlo.
Luego de la misa nos dirigimos hacia la Oficina del Peregrino para obtener nuestra Compostela, documento que certifica que un peregrino a caminado por lo menos 70 millas por uno de los Caminos que existen. Estuvimos esperando en fila un poco más de una hora. Ver las caras de cansancio aún cargando sus mochilas, los pies de algunos llenos de ampollas y mal olientes pero todos con una felicidad y satisfacción de haber completo su meta. Espero poder completar el Camino Francés en algún otro momento de mi vida, si Dios me lo permite.